
Santiago de Compostela es la culminación no solo del románico español sino incluso de todo el románico europeo. En el siglo XI, muerto Almanzor y desgajado el imperio cordobés en taifas, el avance de las fronteras cristianas hacia el sur es muy significativo, hecho que permitirá al obispo Peláez mandar edificar un edificio que superase a las glorias y leyendas que narraban los peregrinos franceses. Las obras se inician en 1075 y se terminan en 1105 cuando el obispo Gelmírez consagró la catedral.
Dos arquitectos destacaremos en su construcción: Bernardo el Viejo, “mirabilis magíster”, y el maestro Mateo, autor de la última parte y del insuperable Pórtico de la Gloria.
Su planta es excepcional por su tamaño y por el equilibrio y perfección: es de cruz latina, con girola con capillas radiales, ábsides colaterales y 3 naves que se continúan por el crucero, (iglesias de peregrinación).
Si la magnitud del testero asombra, el crucero deja atrás todas las medidas y proporciones del románico francés incluido a San Sernin de Tolousse. Además, el triforio que rodea el primer piso permite dar albergue a una gran masa de peregrinos como era el deber de un gran foco religioso.
Santiago va a compendiar todas las innovaciones que se habían utilizado en épocas anteriores: en ella se resumen los avances del prerrománico, del románico español y francés, del arte cordobés, e incluso de elementos italianizantes: nave central de cañón y laterales de de arista, cabecera de Jaca, contrafuertes de lo asturiano, arcos lobulados y con tendencia a la herradura en alguno de ellos de lo árabe, pero sobre todo refleja y supera la estructura de las iglesias francesas.
También presenta innovaciones que le dan un rasgo especial: la longitud de su crucero, la altura de la nave central y la luminosidad de su triforio calado.
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